OSCAR BARRETO • PechaKucha Nights, Bogotá (COL), octubre de 2012
uN TROZO relámpago DE LA HISTORIA de la publicidad popular colombiana encarnada en la vida de uno de sus más prolíficos y carismáticos pintores.
La posibilidad de ser de alguna parte
Patrimonio la reja de arabescos de la ventana y la bolsa de rayas azules y blancas, patrimonio humanizar las empanadas y decir que tal cosa es una chanda o un visaje en lugar de decir que es mediocre o estrafalaria, patrimonio saber que los tiempos del ruido datan del 9 de marzo de 1687 cuando un rugido ultraterreno y un olor a azufre estremecieron la noche santafereña, patrimonio creer que el ángel de la guarda protege esta casa y que Monserrate es un volcán dormido, patrimonio saber que la loca Margarita existió y que se volvió loca porque los conservadores le mataron al hijo, patrimonio que el perrito perdido del afiche hable en primera persona y que San Judas Tadeo consiga trabajo, patrimonio saber que la avenida Jiménez es curva porque sigue el curso de un antiguo río, patrimonio que las opciones sean tintico o aromática y que a Bogotá la atraviesen tigres de lona, patrimonio señalar Pozzeto y decir ahí asesinaron a un montón de gente, patrimonio el cuaderno ferrocarril y patrimonio preguntarse si en realidad hay tanta gente que necesita editar video, patrimonio que pase un bus ejecutivo cuando ya todo parecía perdido, patrimonio saber que en el Puente del Común pararon a los comuneros y en la Plaza de Bolívar los descuartizaron, patrimonio poder cambiar el huevo por plátano maduro sin costo adicional y saber que un OVNI merodeó la Torre Colpatria en el 2000, patrimonio la casa blanca y la casa amarilla que llenaron con esténcil, patrimonio tener el virus que está dando y haberse tragado el cuento de que la Caracas originalmente se concibió para llegar hasta Caracas, patrimonio poder atravesar la ciudad por la ciclovía y creer que los cerros son azules, patrimonio pensar que el día está como para quedarse entre las cobijas, patrimonio tener la firme convicción de que las moscas se espantan cuando ven su reflejo en una bolsa con agua, patrimonio haber caído en cuenta de que las cosas esas junto al águila son granadas, patrimonio echar de menos la pagoda coreana del ronpoin de la cien, patrimonio que se haga vaca para juntar para la Coca-Cola y que se pueda dejar finca para comprarla, patrimonio que hayan encontrado un submarino en Nicolás de Federmán y que Roa Sierra creyera ser la reencarnación de Gonzalo Jiménez de Quesada, patrimonio creer que no tenemos acento, patrimonio que el caballo y la herradura sirvan por igual como íconos de Dodge, de Totoya o de Daihatsun, patrimonio creer que en el centro están atracando y reconocer el bus no por el texto sino por la combinación cromática de la tabla, patrimonio que una cerveza cueste 7000 en un bar y 1000 en la tienda de al lado, patrimonio decirle papel tualé al papel higiénico y odiar a Foto Japón, patrimonio no tener nunca la menor duda sobre dónde está cada punto cardinal y pedir perdón y permiso por y para todo, patrimonio poder conseguir un mariachi casi sin esfuerzo y saber que un ajiaco sin guascas no es más que un caldo de papa, patrimonio saber que el navinieve no sale fácil y vivir bajo la amenaza de que el 31 de agosto de un año que no diré sucesivos terremotos destruirán a Santa fé.
Ya sabemos bien que la globalización no es exactamente el sueño de la diversidad hecho realidad ni mucho menos una armónica polifonía global. Con todo y sus ventajas es también una carnicería cultural. Evidentemente, estamos más enlazados que antes, pero tal y como lo ha señalado el sociólogo catalán Manuel Castells (CASTELLS, La era de la información, Alianza, Madrid, 1996) a la par con la posibilidad de conectarse está la posibilidad de ser desconectado según lo que el interés dominante considere valioso en un momento determinado. La globalización es pues un diálogo amañado y los colombianos no somos precisamente quienes tenemos la sartén por el mango.
“Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipiscing elit. Vestibulum id ligula porta felis euismod semper.”
No sólo entramos en el diálogo global con complejo de inferioridad sino que a menudo vemos la globalización más como la posibilidad de escapar de lo que somos que como una herramienta de autodeterminación. Y es que, de acuerdo, tal vez no haya nada mejor que ser cosmopolita, pero con seguridad no hay nada peor que el desarraigo que implica no ser de ninguna parte. Una posición débil nos convierte, como comunidad, en una pieza prescindible del tablero mundial, y como personas, en materia maleable y sin gracia. Pueblos dominados culturalmente y personas insulsas.
Patrimonio entonces es también esa heterogénea colección de elementos de la vida cotidiana (conocimientos, recuerdos, costumbres, ideales, creencias, formas de hablar, paisajes gráficos, objetos y demás) que al estar asociados con la historia y la realidad de la tajada de mundo que nos fue dado habitar nos permiten desarrollar un sentido de singularidad.
Se trata de un patrimonio tan prosaico, que su preservación no depende de la acción de organizaciones particulares ni de grandes presupuestos. Reside más bien en la capacidad de cada cual de asumir como propio el lugar en el que vive y de transmitirle ese compromiso a sus hijos. La posibilidad de ejercer ciudadanía, la suerte de habitar una ciudad todavía peculiar con modos propios de hacer las cosas, la reticencia a llevar una vida cotidiana que niega y desprecia la naturaleza del lugar que habitamos, son tesoros que tenemos al alcance de la mano que pueden fortalecernos como seres humanos y que ciertamente van a llevar a nuestros hijos más lejos que a donde los estamos llevando encerrándolos en colegios y en apartamentos y respondiéndoles a cada pregunta no sé, no sé, no sé, pregúntele a su abuelo.